Ninguno de los allí presentes podría haber imaginado que la velada terminaría así. Hacía unos minutos el homenajeado se mostraba lleno de vida, exultante, por haber reunido a tan distinguidos invitados por su 60 cumpleaños. Y ahora, su cuerpo yacía sin vida en el salón de su mansión.
Tal y como certificó el médico, su corazón no pudo más. La emoción de reunir a tanta gente, los preparativos para conseguir una fiesta inolvidable y la edad podrían haber desencadenado el fatal desenlace.
Los invitados fueron abandonando la casa para dejar en la intimidad a los familiares. Carol, a regañadientes, se marchó. Hubiera preferido intercambiar impresiones con los allí congregados. Pese a no tener relación con el homenajeado, fanfarrón empresario de bebidas isotónicas, recibió una invitación. La controvertida personalidad del anfitrión y la cantidad de gente variopinta con la que coincidir hacían que mereciese la pena asistir.
Carol se había ganado cierto respeto en el mundillo de la investigación policial, sus teorías aficionadas publicadas en las redes habían resultado certeras y útiles para la resolución de casos criminales. Pensó que su creciente popularidad habría motivado su invitación a la fiesta aunque, tras lo ocurrido, intuía que alguien quería que investigase la muerte del anfitrión… tal vez no había sido fortuita. Recordó la expresión del homenajeado al abrir su último regalo, una pitillera con una inscripción en su interior, en su rostro observó un destello de horror justo al desplomarse.
Antes de marcharse, Carol pudo examinar la pitillera, la inscripción “Acta est fabula”, “La función ha terminado”, sonaba a veredicto, quien entregó esa pitillera sabía que al abrirla iba a ocasionar ese impacto mortal. Junto a la inscripción, las iniciales L.M. y un logo similar al de la empresa del fallecido, le hicieron recordar el sobre anónimo que ella recibió la noche anterior: notas firmadas por L.M., Leo Murr. Averiguó que fue un científico prometedor, muerto décadas atrás, en accidente de laboratorio. Las notas eran la solicitud de patente para un compuesto reconstituyente.
Ciertamente, la clave estaba en quién regaló la pitillera. La mano derecha del empresario fallecido, un joven solícito, sabedor de la afición de su jefe por las antigüedades, decidió obsequiarle con la pitillera vintage, que personalizó con las iniciales, el logo y esa inscripción para darle un toque teatral.
Este joven, que logró ocultar en la empresa su verdadera identidad, resultó ser el hijo póstumo del malogrado científico. Deseaba vengar la muerte de su padre, ocurrida en el laboratorio por un accidente, sí, pero provocado por su jefe, ahora fallecido, para apropiarse de la fórmula del compuesto reconstituyente y fundar la millonaria empresa de bebidas isotónicas.
El joven fue quien invitó a Carol a la fiesta. Sabía que ella daría con las pistas que le conducirían a él para sacar a la luz el legado de su padre que, ahora, sería suyo.
Cumplió hasta el final como empleado ejemplar, consiguió una fiesta inolvidable para los asistentes y su jefe se llevó una sorpresa de cumpleaños… de muerte.