UNA JOYA DE MARIDO
TERESA CRESPO DÍAZ | GEORGE KAPLAN

Homicidio imprudente, concluyó la investigación sobre la muerte del empresario Henderson en su piso de Manhattan aquella mañana otoñal de 1955. Había tintes pasionales pero el caso estaba claro y me llamaron a mí, el joven inspector Drake, para finiquitar el asunto. Henderson yacía en su despacho con un fuerte golpe en la cabeza. Los vecinos habían escuchado una violenta discusión y llamaron a la policía que halló a Lavinia Fleur, amante de Henderson, histérica, con varios collares en sus temblorosas manos y la caja fuerte abierta. Interrogada al respecto me confesó que el empresario estaba en bancarrota, pretendía huir del país sin ella y le había ofrecido esas joyas en compensación pero, sintiéndose traicionada, enloqueció y empujó a Henderson con trágico desenlace.
Tomamos huellas, registramos el escenario y examiné la caja fuerte mientras esperábamos la llegada de la esposa de Henderson, que solía ausentarse por labores benéficas. Todo marchaba sobre ruedas cuando hallé un documento sobre un anillo de esmeraldas asegurado en 50.000 dólares. No había rastro del mismo en la caja fuerte. Interrogué a Lavinia y negó, rotunda, que lo tuviera. Ordené a los agentes una búsqueda exhaustiva y sólo hallaron un gato gris perla, de ojos ambarinos, deambulando por el despacho. El gato de la esposa, declaró un vecino. Presioné a Lavinia para que “cantara” pero seguía negando su vinculación con el anillo. Sus gritos y llantos se mezclaron con los ronroneos del gato, enroscado en mis tobillos, y ordené que se llevaran a la detenida a comisaría mientras le pegaba un puntapié al felino. “¡Ha sido ella, ha sido ella!”, vociferaba, trastornada, cuando se cerró la puerta.
Sin duda trataba de incriminar a la esposa y me mantuve expectante hasta que llegó ésta. Imaginaba una mujer madura, sofisticada y hallé una joven tímida, con un aire a Audrey Hepburn. Le conmocionó la noticia de la muerte de su esposo y la existencia de la amante, pero reconoció, con abrumadora sinceridad, sentirse aliviada: “Henderson siempre fue brutal conmigo, un bastardo”. Tomé asiento, para reconfortarla, y el felino gris se encaramó en su regazo, acariciándola. Era una gata y se llamaba Juno. “Es mi joya más preciada”, me dijo. Le informé de la bancarrota, la desaparición del anillo de esmeraldas asegurado y las acusaciones de Lavinia. La joven ignoraba todo aquello pero intuyó que era sospechosa por el tema del anillo y nos pidió que registráramos todo el piso. Mientras conversábamos, Juno, tan solícita con su ama, me miraba desafiante. No era supersticioso, pero cuando rozó mi dedo anular con su cola sentí un escalofrío.
Lavinia fue encarcelada por homicidio imprudente y robo del anillo, aunque nunca fue hallado. El seguro indemnizó a la esposa, quien pudo empezar una nueva vida, y un día, en Central Park, resolví el misterio: una anciana regañaba a su perro por tragarse una moneda.
“¡Ha sido ella!”, recordé las palabras de Lavinia.
“Es mi joya más preciada”, parecía susurrar el viento.
Y sonreí. Nunca una derrota me supo tan dulce.