UNA JOYA, UN ROBO Y DOS GEMELAS
Elena de Bustos González | Ele

Un robo, una muerte y un puñado de sospechosos.

Aquella noche pintaban bastos.

Va a ser cierto que los problemas de los ricos, al igual que sus coches, son más grandes.

Cuando llegué a investigar a aquella fiesta juvenil en la que bien había una docena de invitados, les pedí que se encerraran en sus respectivas habitaciones. Los interrogaría en privado, uno por uno. Sin trampa ni cartón.

¿La causa de la muerte? Apuñalamiento. Todo un clásico. ¿Quién podría haberle hecho semejante barbaridad a aquel pobre chico? Bueno, pobre… Con la mitad de mis años ya se había gastado lo que yo en quinientas vidas.

Empecé sondeando a Charlie, el mejor amigo. El muchacho tenía una buena coartada. Inquieto, solo le pude sonsacar que la joya desaparecida, The Graff Pink, era un diamante valorado en 46 millones.

Interrogué por orden de habitaciones a unos cuantos invitados más que no vienen al caso. Me enteré de que Mary estaba prometida con la víctima. El anillo de compromiso, cómo no, The Graff Pink. Se casarían en junio por todo lo alto.

Pero este cuento no tuvo un final feliz. No para la futura novia, cuya boda nunca llegaría.

Golpeé con brusquedad la puerta al llamar. Eso siempre los pone nerviosos. Me abrió Vicky, la gemela de Mary, una joven de unos 22 con unas hermosas trenzas de color rubio ceniza.

Con calma, se sentó y me miró expectante mientras le daba sorbos a su tisana humeante.

Su coartada, bien floja. Tendría que corroborarla con su hermana, quien, según ella, se había vuelto una mema desde que empezó a salir con su cuñado. En cuanto a este, Vicky opinaba que era un pelagatos venido a más, si bien esto era un móvil poco consistente como para acabar con su vida.

Lo que me tocaba a continuación era ver si encontraba alguna incongruencia con el supuesto paseo de las gemelas por el vasto jardín.

Tras una prudente pausa al no recibir respuesta, abrí de golpe la puerta del dormitorio de Mary. Desde detrás del biombo, me pidió que esperase con una voz agitada. Lógico; si a mí me hubiesen apuñalado a mi boleto de la lotería, yo también estaría en estado de shock.

Mary era igualita a su hermana. Como dos gotas de agua. Mismo rostro y mismas trenzas, aunque distinta ropa.

Todo coincidía. Que no se lo esperaban. Que habían estado juntas. Que lo compartían todo, incluso el balcón y la cuenta bancaria, a excepción de la habitación y del novio, claro.

Descartadas las hermanas, tocaba buscar huellas en el jardín y en las ventanas. Sin embargo, no encontré nada en absoluto.

La sorpresa vino días después, cuando un cadáver aún vestido de fiesta fue hallado debajo de la cama de Mary. Su pelo, recogido en una elegante cola de caballo, era de un precioso color rubio ceniza.