Una ensoñación cruza mi mente y me doy cuenta de que llevo demasiado tiempo mirando mi café, con los codos apoyados en la barra mientras intento controlar el ritmo de mis pulsaciones. Detrás de mí hay varios hombres sentados, bebiendo y mirando por la ventana a la avenida que conduce a la Plaza Dealey. Capto expresiones sueltas, amigo de los negros, comunista de mierda, títere de la mafia. Esta última me sorprende y evito la tentación de mirar a la cara al hombre que la ha pronunciado. No es asunto mío.
-¿Otro café?
La camarera me mira con una preocupación maternal. Parece una mujer observadora, y sé que podría recordar mi rostro si en el futuro alguien le preguntara si vio a alguien extraño, alguien distinto a los clientes habituales.
-Sí, por favor.
Todavía es muy pronto. Mis nervios son como alambres recorriendo mis músculos, tensando mis arterias. Sería un giro interesante sufrir un infarto aquí.
La puerta de la cafetería se abre y noto un cambio en la atmósfera, la entrada de un aire helado y al mismo tiempo familiar. Un tipo se acerca a la esquina de la barra, y antes de oír su voz atiplada sé quién es, y sé que no debería estar aquí.
-Un café solo y un trozo de tarta, por favor.
Educado, frío, correcto. Supongo que yo también hablo así, que todos estamos cortados con un mismo patrón. Muevo mi cabeza para verle. Me está mirando. Asiente levemente. La camarera le sirve y el sonido del plato de tarta sobre la barra suena como un estallido. Hasta los hombres de la mesa se han callado. Conozco esta sensación. Un ambiente sobrecargado de electricidad, una definición irreal en cada sonido, una lentitud acuática de los movimientos.
Oswald empieza a comer su tarta. Mastica despacio, pero sé, porque le conozco, que no está apreciando ni disfrutando el sabor. Solo ingiere calorías, alimenta un mecanismo preparado para un objetivo. Yo aparto mi café y saco mi cartera para pagar. Dejo una propina demasiado generosa. Es otro error de principiante, pero ya no importa. Cada segundo conduce al siguiente, mi reloj de pulsera pesa como un grillete de piedra. Paso al lado de Oswald, me dispongo a salir a la calle, y entonces escucho su voz.
-Perdone, amigo.
Se me hiela la sangre. Me vuelvo hacia él. La camarera nos mira como si se acercara el momento cumbre de una representación teatral.
-Se le olvida algo- me dice él.
Miro hacia el taburete en el que he estado sentado, Mi maletín de cuero está ahí, apoyado. Oswald tiene a sus pies uno muy parecido.
-Gracias.
Cada uno de mis pasos hacia el maletín hace que mis piernas se endurezcan. Lo agarro y Oswald me sonríe.
Salgo de allí con el corazón desbocado y un sabor amargo en la boca.
Queda todavía mucho tiempo, pero he de comprobar mi posición y esperar lo que sea necesario. Mañana me marcharé de esta maldita ciudad e intentaré olvidarme de todo.