Una mujer llamada Gretta Conroy vino a la oficina y me contó que a su marido se le vio por Concord. El señor Conroy llevaba cinco años desaparecido. La señora Conroy era propietaria de un concesionario de coches, que dirigía su marido. Cierto día salió a almorzar y ya no regresó. La señora Conroy me contrató para encontrar a Gabriel. Efectivamente di con él. Ignoro porqué los muchachos de la policía no tiraron su red donde debían.
Había cogido un barco para San Francisco. Estuvo un par de años dando tumbos y volvió al Pacífico.
Me contó en ese lenguaje plagado de elipsis lo que sucedió.
La puerta de la cafetería Green’s se abrió y entraron dos hombres. Se sentaron a la barra. Sam estaba detrás de la barra. Había otra persona, Freddy Malins, tomándose una cerveza y leyendo el periódico. Le gustaba apostar en las carreras de caballos.
-¿Qué desean? – les preguntó Sam.
-No lo sé. ¿Qué quieres comer, Mac?
-No lo sé, Jim. No sé qué quiero comer.
-Puedo prepararles un bocadillo de algo – dijo Sam -, huevos con jamón, un bistec.
-¿Conoces a un hombre grandote llamado Gabriel Conroy? – preguntó Jim.
-Sí.
Gabriel había sido boxeador profesional. Para redimirse de un pasado violento se había casado con una mujer de la alta sociedad, mi clienta.