Una noche loca
Daniel Grande | H de Halcón

Madrid, agosto 2023
Esta carta es importante, sólo te pido que sigas leyendo porque en este momento eres la única oportunidad que tengo de contar la verdad. Todavía me aferro a pensar que todo son figuraciones mías, que estoy haciendo una montaña de una amenaza velada, pero si estás leyendo estas líneas lo más probable es que haya sido asesinado. En el sobre encontrarás también un pen drive con las imágenes del momento en el que conozco a mi asesino. Fue hace dos meses, entró en la tienda preguntando por su hija, yo le dije que no la conocía, mentí y él se dio cuenta, así que insistió, lo sabía todo, el verano en Ibiza, el hotel, el letrero de neón, los post de Instagram, la denuncia que ni siquiera llegó a juicio, fingí no saber de qué me estaba hablando, confiando aún en no tener que asumir las consecuencias y salir indemne. A partir de ese día siempre estaba allí, apoyado en la farola, fumando un cigarro tras otro sin quitarme los ojos de encima, tomando notas en una libreta. Hace un par de semanas fue un paso más allá, me lo encontré también al salir de casa y desde entonces va siempre unos metros detrás de mí, todo el tiempo, sin hablar, sin hacer el más leve esfuerzo por disimular. Los primeros días hacía como que no lo veía, ya se cansará, me repetía sin convencimiento intentando contener los nervios, pero tanta contención terminó por estallar y ayer me encaré con él, empecé a gritarle, dándole explicaciones que no me había pedido, aceptando por primera vez que algo había. No me voy a amargar la vida por una borracha, creo que le dije, que lo hubiera pensado mejor, yo también he sufrido, publicaron mi nombre, se enteró mi mujer… a voz en grito, con mi cara a dos centímetros de la suya, oliéndole respirar. Cuanto más me excitaba yo, más frío se quedaba él, impasible, disfrutando su victoria con un odio helado e inescrutable, diría que, al fin satisfecho, esperando paciente a que mi rabia se agotara. Entonces empezó a hablar pausado, me dijo que no me preocupara, que pronto dejaría de seguirme, en unos días nada ni nadie podría molestarme. Me quedé laxo, desarmado, preso de una certeza que me está haciendo enviar un mensaje a un futuro en el que por primera vez estoy valorando la posibilidad de no estar.
Carlos Andújar
El sargento hizo un gurruño sin distinguir entre sobre, carta o pen drive, se lo metió en el bolsillo y salió de la trastienda evitando pisar el charco de orín, mirando de reojo al ahorcado. No tenía sentido esperar a la jueza cuando el verdadero juicio hacia unas horas que se había celebrado. Más que del cuerpo fofo del finado sentía que le costaría sacudirse las imágenes de la noche de autos reproduciéndose en bucle en el ordenador, esas que hasta ese día sólo habían sido conjeturas.