UNA PELIGROSA AMENAZA
ALBERTO CAVILLA PEÑALVER | CIUDADANO FELIZ

UNA PELIGROSA AMENAZA

Diatribas amenazantes. Fueron más de tres. Mi reconocido prestigio investigador incentivó el interés del asesino. Yo era su reto. Deseaba vencerme. Me cercaba en un macabro juego que se había propuesto: el gato y el ratón. En ocasiones yo me sentía el gato y en otras, un pequeño roedor a merced del depredador: Su víctima. Notaba su aliento en el cogote. Me seguía de cerca. Cada vez más. Sin pudor alguno amenazó a mi familia en su última anónima misiva. Logró que el miedo me venciera y le imaginara agazapado en cada esquina y por los rincones de mi vida, esperando devorar a su presa.
Un policía vigilaba mi casa día y noche.
Hoy viernes estoy muy cansado. Salgo de la comisaria. Es tarde. las 21,00 horas. Ha sido una jornada complicada. Las ultimas pesquisas me acercan al asesino. Por primera vez creo pisarle los talones.
Hace media hora que llamé a mi mujer. Quería decirle que cenaría en casa. No contestó a la llamaba. Me resultó extraño. La verdad es que no estoy tranquilo.
A esta hora, el tráfico en Madrid es más llevadero. Enfilo la avenida y en la distancia diviso mi casa: Un adosado en una tranquila urbanización en las afueras. No veo al policía de guardia. Me extraña y crece el desasosiego. Aparco a escasos metros de la vivienda. No veo luces encendidas. Todo está apagado. La puerta de entrada se alumbra con el parpadeo siniestro de una farola que titila. Crece mi inquietud que va transformándose en pánico. Intento tranquilizarme mientras camino hacia la puerta. No localizo al policía. La oscuridad de la casa anuncia tragedia. La cerradura cede a la llave con la suavidad de una caricia. Abro y la oscuridad de la casa me ciega y aterra. Llamo a mi mujer con el convencimiento de que nadie me contestará. Las puertas correderas del salón están cerradas. Ninguna luz encendida. Percibo un leve ruido. El tímido susurro. Me imagino que alguien está amordazado. Es mii mujer. Saco la pistola de la cartuchera que oprime mi pecho. De nuevo el sonido de una voz apagada. Me parece temerosa. La pistola tiembla al compás que lo hace mi mano. Agarro el pomo de la puerta corredera y respiro profundamente antes de abrirla. El asesino me espera y estoy seguro de que la noche se resolverá en un duelo. Solo deseo que mi mujer esté viva. Vuelvo a respirar con avaricia. Me aseguro que el seguro del arma está quitado. Abro la puerta y apunto a la oscuridad con un desesperado grito ¡quieto! ¡al menor movimiento te mato!…
Solo se escuchó un “clic” que provoca que la claridad inunde el salón. Más de quince personas aguantan la respiración frente al arma que los encañona. Mi mujer, desmadejada, se deja caer en un sillón. Un policía regordete, al que ya conozco, se seca el sudor de la frente con un pañuelo. Y unas intermitentes luces rodean un cartel que dice: feliz cumpleaños, inspector.