La historia más popular del ajedrez refiere que nació en el siglo III a. C. en la zona que hoy conocemos como la India. Sin embargo, las características de las piezas indican que tuvo su auge en la Europa medieval, en el tiempo de reyes, torres y caballos. A pesar de la diversidad de historias sobre el origen de este juego, ninguna menciona que al principio existió una pieza que ahora resultaría extraña para el ambiente solemne de las partidas.
Como aficionado a los juegos de mesa y a los misterios, hace varios años tuve una larga vacación en Shanghái, no en las calles o mercados, sino en los mejores casinos. En uno de estos conocí a Ho Liu, un viejo apostador, nada galán pero muy simpático que me comentó que hace años heredó un papiro de su abuelo paterno. Al enseñármelo me dijo que si yo se lo compraba podría revenderlo a un mejor precio, pues contenía el secreto del origen del ajedrez. Sin dar más largas, y ya que Liu estaba ebrio y necesitaba dinero urgentemente para seguir apostando, se lo compré y me lo traje a América.
Un año después pagué a un traductor de chino antiguo para que revisara el papiro. Así fue como me enteré que hubo un ser mitológico, procedente de la cultura oriental, que estuvo presente en el pensamiento mágico medieval y fue utilizado como un comodín en el juego del ajedrez. Sí, se trata del dragón. Al iniciar la partida, el dragón no tenía un bando definido, ya que primero debía ser domesticado por los jugadores cuando lo capturaban con las torres, alfiles y caballos; una buena estrategia era arrojarle un peón como carnada y luego embestirlo durante su digestión. El primer jugador en capturarlo podía utilizarlo a su libre antojo, como situarlo entre las torres para defender a su rey, o simplemente llevarlo al ataque para que devorara a los caballos contrarios.
El dragón se movía en forma de zigzag a lo largo del tablero y podía avanzar los espacios que quisiera. Semejante al movimiento del caballo, podía saltar sobre una, dos o hasta tres piezas, ya que su naturaleza le permitía volar.
Todo lo anterior tiene sentido si sabemos que, en el imaginario popular de la Edad Media, el dragón no era un ser fantástico sino un animal real y altamente peligroso que arrasaba con aldeas enteras, esto debido a su constante mención en textos sagrados y profanos.
Con el tiempo, la pieza del dragón se fue relegando solo a partidas informales; su carácter de animal indómito hacía que el juego se volviera en absoluto impredecible, ya que cuando no era bien domesticado podía terminar matando al mismo rey que cuidaba. Además, en otras culturas donde no conocían al dragón, lo tomaban como una serpiente extraña que era innecesaria para el juego. Así, poco a poco fue desapareciendo hasta extinguirse completamente, con ello el ajedrez ganó universalidad, pero se convirtió en un juego extenuado donde hoy no todos se divierten.