Siempre lo llevó bien: por suerte o infortunio, su vida la había pasado en blanco y negro. Así veía. “A Chaplin lo veían en blanco y negro, pero, al menos, él veía el verdadero color de las amapolas: yo ni eso”. Pero, de repente y cuando menos lo esperaba, aquello en donde la ciencia no pudo hacer nada sí lo hizo el amor, pues pintó, de colores invisibles (aunque los más vivos), su día a día. Encontró al amor de su vida. Encontró a su arcoíris. Él era David; ella era Estibaliz, y enamorados el uno del otro, se encaminaron hacia donde, más que nunca, eran hechizados por el mismo embrujo: la noche y las estrellas, del mismo tono y brillo para ambos. Sin embargo, en el cielo de la noche yace el negro, por lo que por más brillo que inspire una estrella, la oscuridad no se esfuma. Y tan solo queda vivir acorde a ello. Y tan solo queda asimilar que las discusiones existen. Y tan solo que no todo parece tal como es.
El comisario Ramón López fue el último en llegar.
—Señor… —saludó el agente forense—. Dos accidentados. El automóvil, siniestro. Ella ha muerto; él va de camino al hospital. La madre de la fallecida ha confirmado que es ella; fácil gracias al peculiar lunar de su mejilla. Pobrecilla.
—¿Así de rápido? Ojalá siempre así. Me marcho, entonces.
Pero, cuando ya se marchaba, este lo llamó de nuevo.
—Posible paliza, señor. Estamos en ello, pero todo parece indicar a que ella no murió en el accidente. Diría, pues, que posible asesinato.
Según el forense, ella tenía moratones por el cuerpo y una herida en la cabeza que podrían ser causa del accidente. Pero las marcas de su cuello no eran normales, eran marcas indicio de estrangulación.
Pasaron dos días hasta que, por fin, David comenzó a exclamar sus primeras palabras, aunque con severas dificultades. Estaba completamente loco. “Negro, blanco, negro, blanco” decía sin parar. La almohada la apretaba cual prensa lo hace con la madera. “Blanco, blanco… ¡Negro! Todo negro, nada es como es, nadie lo ve como lo veo yo”, repetía tras dicha hazaña. Sin duda, estaba obsesionado con esos colores y, sin duda, había perdido la razón. Le habían preguntado horas antes qué había ocurrido, y él solo se limitaba a decir, aunque sumergido en dicho trance, palabras que no iban más allá del blanco y negro.
Finalmente lo internaron en un centro psiquiátrico. Allí intentó escapar varias veces. Todas las pruebas a las que fue sometido dictaron que tenía grandes problemas mentales y que era muy agresivo. Pobre aquella chica que, pese a que le proporcionó de colores algún día, no lo logró lo suficiente.
Se encontraba el comisario en las inmediaciones del centro psiquiátrico cuando tres personas, familia, parecía, se pararon frente al patio de este. Comenzaron a observar, obsesivos. Los conocía: uno, forense, otra, madre y médica psiquiatra, y, la última, tenía un peculiar lunar en la mejilla.
Estíbaliz. Viva. Con ellos.
David, encerrado.
Pero Ramón lo vio.