UNA VISITA CON SORPRESA
GONZALO GONZÀLEZ ALONSO | Ramses

Todo empezó con la visita de una mujer de unos treinta y cuatro años: vestido rojo, pelo largo castaño, ojos verdes, zapatos de tacón alto:
− Hola −empezó a hablar mientras me estrechaba la mano− me llamo Bárbara y vengo a pedir ayuda.
− Siéntese por favor y dígame el motivo que la trae hasta aquí −Contesté mientras cogía un lápiz y una libreta del cajón.
− Necesito un detective y me han dicho que usted es de los mejores. Mi marido ha desaparecido después de haber sacado del banco todo el dinero. Lleva una semana sin dar señales de vida y temo lo peor.
Después de contarme todo lo que necesitaba saber se fue. Quedé con la mosca detrás de la oreja. Había muchas cosas que no me encajaban. Pero a pesar de que sabía que me había mentido acepte el caso. Empecé a indagar.
Días más tarde me llamaron de la comisaria. Habían encontrado un hombre que encajaba con la descripción que buscaba. Una puerta acristalada daba paso a un despacho con las estanterías desvencijadas. De las paredes colgaban diplomas y fotografías. Me pareció raro que no hubiese ninguna de la pareja. Una mesa pequeña en la esquina. Al lado un sofá cama. Encima, un cuerpo tapado con una manta. La subí para verle la cara. Si, era él. Al fondo, un escritorio destartalado con carpetas desparramadas y algo que me pareció fuera de contexto dentro del caos que ahí imperaba. Un jarrón, encima de un archivador, con el agua limpia y entero.
Como en la declaración de la mujer había flecos sueltos, eché mano de viejos favores y conseguí averiguar algo de ella. Cuando llegué a casa me tumbé en el sillón. No paraba de darle vueltas al caso. Supe que hacía dos meses atracaron un banco. Según el forense el hombre murió por varias puñaladas. Las pruebas recogidas demostraron que hubo forcejeo. La puerta no había sido forzada. No se encontró el arma homicida. Lo que no paraba de darle vueltas era al jarrón y a las fotos. Cuando fui a casa de la mujer había un juego de cuchillos de cristal donde faltaba uno.
Volví al escenario del crimen. Estaba cerrado. En la entrada había una cinta adhesiva que impedía el paso. La arranqué y entre. Todo seguía igual. Me acerqué a lo que me daba vueltas en la cabeza. Cogí un par de guantes de una caja que se habían dejado los de científica. El agua estaba fresca. No había nada.
Se hacían pasar por una pareja. Quedaron en el piso para hacer el reparto y ella le dio matarile. Después, escondió el botín y para quitar toda sospecha vino a mí. El cuchillo, que mejor para esconder algo de cristal a la vista de todos que el agua. Cuando la casa se quedo vacía fue a por él. Del dinero, creo que nunca sabremos nada, igual que de ella. Todo estaba muy bien orquestado.