Erik, un respetado profesor de secundaria, esperaba con ansias sus vacaciones de verano en la pintoresca costa de Noruega. Aparentemente, llevaba una vida tranquila y cumplía con su deber como educador. Sin embargo, Erik tenía un oscuro secreto que ni sus colegas ni sus alumnos podían imaginar: durante sus vacaciones, se convertía en un asesino despiadado.
Los largos y cálidos días de verano eran el escenario perfecto para llevar a cabo sus crímenes. Con meticulosidad y precisión, Erik planificaba cada asesinato como si fuera una lección magistral, eligiendo cuidadosamente a sus víctimas y estudiando sus rutinas. Disfrutaba de la sensación de poder que le proporcionaba el saber que tenía la vida de otros en sus manos.
El verano era su momento para liberarse de la rigidez y las normas que lo ataban durante el año escolar. A lo largo de los años, Erik había perfeccionado sus habilidades como asesino y nunca había dejado rastros que pudieran llevar a la policía hasta él. Su vida como educador le había proporcionado la capacidad de observar y analizar a las personas, lo que lo convertía en un cazador implacable.
El modus operandi de Erik era siempre el mismo: se acercaba a sus víctimas con una amabilidad y simpatía que desarmaba cualquier sospecha, ganándose su confianza antes de atacar. Luego, en un momento de brutalidad, las asesinaba y desaparecía sin dejar rastro.
Para Erik, sus crímenes eran un juego en el que la policía y las autoridades se convertían en sus adversarios. Sentía una perversa satisfacción al saber que, a pesar de sus esfuerzos, no podían atraparlo. Cada año, sus habilidades y su astucia se volvían más refinadas, y se jactaba de su habilidad para eludir la justicia.
Sin embargo, en el fondo de su mente, Erik sabía que no podía mantener este doble juego para siempre. La adrenalina y el placer que sentía al cometer sus crímenes iban acompañados de un creciente temor a ser descubierto. A pesar de sus precauciones, sabía que solo era cuestión de tiempo antes de que alguien descubriera su oscuro secreto.
Ese verano, Erik decidió que sería su última temporada como asesino. Planificó meticulosamente cada uno de sus crímenes, asegurándose de que no quedara ningún cabo suelto que pudiera llevar a la policía hasta él. Con cada víctima, sentía que se acercaba al final de su siniestro camino.
Finalmente, cuando el verano llegó a su fin, Erik regresó a su vida como profesor, satisfecho de haber llevado a cabo sus crímenes sin ser atrapado. Aunque sentía cierta melancolía al pensar que ya no experimentaría la emoción de sus asesinatos estivales, también sentía alivio al saber que había logrado eludir a la justicia una vez más.