Jack se sacó el sombrero y lo colgó en la percha, lentamente sacó su revolver del bolsillo interior de su gabán y lo depositó con sumo cuidado sobre la mesa; aún estaba caliente, sus manos temblaban todavía.
Se acercó a la alacena, tomó un vaso del armario y se sirvió un whisky; lo bebió de un solo golpe; se sentó en el sillón, junto a la mesita, dónde hacía tan solo unas horas, había estado jugando al ajedrez con Mario y ahora estaba muerto.
Era extraño, no sentía remordimientos, su conciencia estaba intacta, pero tampoco alivio, su sed de venganza permanecía.
“Y ahora qué” – se preguntaba – Lo perdido, perdido está, no voy a recuperarlo. Y si Mario decía la verdad, y si realmente no tuvo nada que ver con todo lo acontecido, ahora poco importa ya, Mario está muerto, yo le maté.
Su mente rememoraba una y otra vez aquellos instantes; escuchaba, sin oírlos, los lamentos de Mario, jurando y perjurando que no sabía nada del asunto; de pronto una visión disparó las alarmas.
No estaban solos, había alguien más allí, ahora lo sabía con certeza; no fue solo aquel destello en el capó, una rama crujió, estaba seguro, unas gotas de sudor resbalaron por su frente, de pronto sintió miedo, un súbito nerviosismo se apoderó de él.
Aún faltaban unas horas para que amaneciera, quizás todavía podía escapar, salir del piso, esconderse, pero ¿dónde?
No podía usar el coche, quien fuera que lo viera en el bosque podía haber anotado la matrícula, la policía estaría buscándolo, seguramente ya habrían localizado el piso, son muy hábiles cotejando datos.
– El revolver! – tenía que deshacerse de él, el barro en sus zapatos, la pala en el coche, pero cómo podía haber sido tan estúpido, estaba seguro de haber escogido bien el lugar, este rincón en el bosque, apartado del camino a ninguna parte, nadie anda por allí a la una de la madrugada, pero había alguien, estaba seguro, vio un destello en el capó, pensó que era la luz de la luna entre las hojas movidas por la brisa, pero, ¿y ese crujir de ramas? Alguna alimaña del bosque, no, era un crujido prudente, como el de alguien que no quiere hacer ruido.
Jack se levanta, se pone el gabán, guarda el revolver en su bolsillo, coge su sombrero y se dispone a salir cuando de pronto se oyen pasos en la escalera, llegan al rellano, se detienen frente a la puerta y alguien llama al timbre.
La desesperación se apodera de Jack, ya no es capaz de razonar con claridad. Con la mano en el bolsillo agarra con fuerza el revolver.
El sonido de la llave en la cerradura le desconcierta, incapaz de moverse, se deja caer otra vez en el sillón, cierra los ojos, cuando vuelve a abrirlos, Mario está de pie, frente a él.
– Jack, ¿te encuentras bien?, te has quedado dormido con el gabán y el sombrero puesto y, además, has dejado el piso perdido de barro, de verdad que no puedo contigo!.