VENGANZA PÓSTUMA
Manuel José Fernández García | LEANDRO AXEL

Venganza póstuma
Ayer apareció un mensaje en mi ordenador: «Te quedan dos días de vida, no puedes hacer nada por evitarlo». Seguro que se trata de algún hacker ocioso. Me ha venido a la memoria aquel caso, cuando todavía ejercía de inspector de policía. El mismo mensaje, solo que entonces el conducto fue a través de una nota arrojada por debajo de la puerta de mi casa. Las pesquisas nos permitieron descubrir pronto al autor, un asesino al que buscábamos y detuvimos. Unos años después murió en la cárcel.
Me choca esta coincidencia, solo los del Departamento conocieron esta misiva.
Hoy hace cinco años que me jubilé, celebré el mejor cumpleaños de mi vida. ¿Quién quiere asustarme? ¿Se trata de un juego? Voy a salir de casa y hacer la vida de siempre, eso faltaba, a mis años……
Ha pasado día y medio y no ha sucedido nada y, sin embargo, ¿por qué no me lo quito de la cabeza?
Me levanto y enciendo el ordenador, apagado desde ayer; lo confieso, estoy inquieto. ¿Ves tú? Nada, no hay nada. ¿Qué es ese ruido, viene de la cocina, no puede ser, estoy solo. Me acerco con sigilo, mi intuición de policía me advierte de que algo anda mal. Asomo la cabeza, ¡maldita sea! Está goteando el grifo, pues será eso. Pero yo soy muy meticuloso, repaso todo una y otra vez para que estas cosas no sucedan, ¿será posible? No me reconozco.
¿Otro ruido? Viene del salón, no veo nada, estoy perdiendo la cabeza. Oigo la entrada de un correo o algo así en el monitor, me acerco, algo ocupa toda la pantalla, no puede ser: «Te quedan menos de diez minutos, mi desquite está a punto de consumarse».
Con el poco aplomo que me queda salgo a buscar la Glock que debo tener guardada en el armario de mi cuarto, pero no recuerdo si dejé alguna bala en la recámara, lleva mucho tiempo guardada. Aquí está, mi reloj dice que han pasado siete minutos desde el último mensaje que leí.
¡Alguien hurga en la puerta de entrada de la casa! Por puro instinto corro hacia ella y amartillo la pistola. Al llegar observo que han pasado una cuartilla por debajo, igual que la otra vez. No la leo, abro la puerta con violencia y apunto hacia afuera, no hay nadie, me asomo al rellano, nadie.
De pronto noto una presencia muy cercana detrás de mí, me vuelvo como un resorte y disparo. Al momento siento un dolor agudo en el cuello, he disparado al espejo de la entrada, sobre mi reflejo, miro con horror que los cristales han caído sobre mí. ¡Mi garganta, no puedo respirar, me desangro!
Me desplomo justo al lado del papel deslizado, apenas puedo leerlo: «Hola, jefe, en un par de horas estamos todos ahí con varias birras para celebrar tu cumple».