Está detrás de mí. A un paso de darme caza. Su aliento pegado a mi nuca. Nadie podrá adivinar por qué soy un hombre muerto. El destino encuentra siempre a sus víctimas en el filo de las confesiones. Psicópatas hay en todas partes y, por eso mismo, hay que medir las palabras que son compartidas. Muero por bocazas.
El sudor se me hiela, el pulso se me acelera y las comisuras de mis labios se cubren de una pasta blancuzca que precede al colapso nervioso. Una fuerza telúrica parece haberla poseído. Me giro. La tengo encima. Una excitación animal brilla en sus ojos y yo no puedo apartar los míos.
Cuando me acerqué a la víctima, aún tenía aquella expresión de horror que caracteriza a los cadáveres que mueren de forma violenta. Cuencas oculares desorbitadas, rictus de estupefacción, boca deformada en una especie de grito sordo que no alcanza a nadie.
―¿Y dice que la víctima murió de miedo? ―Me pongo de cuclillas al lado del desdichado y miro hacia arriba para encontrar respuestas en el forense, que permanece de pie a mi lado. Un tipo delgado, con ojeras marcadas y los dedos amarillos. No es fácil trabajar con los muertos. Que me lo digan a mí, que llevo veinte años en este departamento y lo que quería ser, de pequeña, era funambulista en un circo.
―De miedo, sí. Paro cardiaco provocado por niveles elevadísimos de adrenalina. La hormona hace que se abran los canales de calcio de las células. Al recibir mayor cantidad de este elemento, cambia su potencial eléctrico y provocan una fuerte contracción del músculo cardíaco.
Pensé en mi exmarido, en la facilidad que tenía para asustarse ante el menor sobresalto. Saqué mi libreta y anoté. Siempre he querido ser viuda, además de funambulista.
―Esto no se puede considerar un homicidio. Además, no sabemos qué o quién pudo provocarle ese terror extremo. ¿Un fuerte estrépito? ¿Un ente sobrenatural? ¿La subida del Euribor? ¡Vaya a saber! Ahora en serio, me parece un despropósito que nos hagan venir para esto.
―No crea. Conozco la causa de la muerte y también quién lo mató.
―¿Se está quedando conmigo?
―No. La victima hizo una foto.
―¿Con el móvil?
―Nada de eso. Verá, hice una fotografía de las pupilas en midriasis……
―Por favor, hábleme en román paladino que vengo con resaca.
―Dilatadas ―dijo con tono de superioridad― Justo antes de morir sacó una foto con su retina, como si fuese una Polaroid, para que me entienda. Se quedó grabado lo último que vio. La he ampliado y voilà.
Me alarga la foto. La observo con las gafas apoyadas en la punta de la nariz. Ahí está la imagen convexa, sobre fondo marrón, de una córnea ampliada y una mujer bellísima reflejada en ella.
―No entiendo nada.
―Venustrafobia o caligenofobia. Búsquelo en Wikipedia. Tengo que levantar otro cadáver en Carabanchel.
Busco en Google. Leo despacio. Sonrío. Esto no me lo esperaba.
En días como hoy, no está tan mal ser inspectora de homicidios.