El cuerpo sin vida flotaba sobre las aguas cristalinas.Boca a bajo. La voz de alarma sonó desde la muralla.Era la ronda matutina y el policía de turno marcó el número de emergencias. La identificación del cadáver fue rápida. Verónica La noche cayó sobre la playa. Las luces de la patrullera dibujaban una estela sobre el mar. Guardia civil, policía y forense intentaban esclarecer los hechos. Un grupo de arpías, narraban los últimos acontecimientos,entre los comentarios uno bombardeada el silencio…
¡Coge esa puerta, por la que tantas veces te has marchado y no vuelvas! ¡Desaparece de mi vida! ¡Que nos hacemos daño! ¡Que esta relación es insostenible! ¡Que no quiero volver a verte! ¡Ni quiero tus reproches! ¡Ni las mentiras de tus labios! ¡Ni el engaño de tus ojos, que ya no soporto! ¡Ni tú siempre tú! ¡Ni tu siempre yo! ¡Vete! ¡Que al marcharte para no volver, me afianzó en la convicción del dejarte ir! ¡Que arañas con garras afiladas enmascaradas de amor! ¡Que dices amarme pero…es posesión! ¡Que caemos en brazos de unos celos, de pulsos eternos, de crítica, de condena! ¡Vete! ¡Verdugo cruel y sanguinario! ¡Nunca te bastaron mis lágrimas! Esas que derramo en silencio entre las gélidas sábanas de tu amor.
¡Calla loca!
El portazo llegó como diana, directo al corazón, ese que ya no reconocía, reseco y áspero. Ella sabía el plan, como rapport. Por enésima vez. ¡Psicópata! ¡Infringes dolor y no padeces sufrimiento! Intentas modelarme, con tu marcha como castigo. Yo sumisa.
Era entrada la noche, cuando volvió al hogar. olía a él, a algas, a mar, a enfados, reproches y gritos…a miedo. ¡El armario vacío testigo de su paso! ¡ Cobarde!
La benemérita acompañaba a Francisco el de Matilde, sus muñecas circundadas como esclavo de galera. Bajo una apariencia afable y bondadosa caminaba. Por un momento me pareció que sus ojos miraban de soslayo, no me resultó difícil reconocer la mirada de un enfermo. Un grupo de arpías, contemplaban el espectáculo, entre los comentarios uno bombardeaba el silencio…
¿Quién lo diría? El hijo de Matilde, tan callado, y educado. Aunque, algo raro si era. Siempre entre las faldas de su madre, los dos, y el padre invisible. Y de repente apareció esa. Y perdido, detrás, como perro faldero, y la madre posesa despotricando todo el día…»¡mira la vieja, como un fósil! ¡Sólo busca el dinero! ¡Aprovechada! ¡Pobre hijo mío, en las garras de una perdida…!»
Los portones de la ventana que daba a la plaza, estaban entre abiertos, el sudor empapaba el redondo cuerpo de Matilde, que con sus manos se aferraba a los prismáticos de visión nocturna. La casa de Verónica el objetivo. Ahora, de la puerta partía la comitiva, su hijo el nazareno. Dejó los prismáticos sobre la mesa, donde el frasco del veneno dormía, un trago largo suavizó el camino de la ricina hasta su estómago, el mismo trago que ayer Matilde forzó el trayecto por el esófago de Verónica. La muerte sentenciaba un veredicto.