VIGILANCIA NOCTURNA
jesús maestre varea | NEXUX

Cuando leía de joven a Sherlock Holmes, Hércules Poirot o Lupin no contaban que un seguimiento podía hacerse tan tedioso y soporífero. Siempre los había visualizado de una forma glamurosa, unos caballeros elegantes y sofisticados. Nunca me los habría imaginado llevando un chándal y mucho menos con permanentes ojeras o barba descuidada, como era mi caso. Su look debía ser inmaculado y de no ser así, las manchas se deberían a salpicaduras de pólvora o de sangre por las inquietantes intrigas en las que se veían involucrados. Pero la realidad siempre es mucho más escabrosa y grotesca que la ficción.
Llevaba ya horas metido en el minúsculo coche, cuatro latas que se habían convertido en los últimos días en mi hogar. Mi dormitorio, mi comedor y mi aseo. Me resulta difícil de imaginar a Colombo teniendo que orinar dentro de una botella de plástico o a Grissom teniendo que acomodarse, para dormir, entre un incómodo asiento y el volante.
Tantas horas solo y sin dormir podrían hacerle perder la cabeza a cualquiera, pero tenía un objetivo claro y eso me hacía tener una fuerza de voluntad que pensaba inexistente. No tendría muchas más oportunidades y no podía dejar escapar aquella ocasión. Era ahora o nunca y mi futuro dependía de ello. En parte te hace sentirte más fuerte el pensar que controlas la situación, pero es inevitable tener miedo a que finalmente algo salga mal y la incertidumbre no dejaba de rondarme constantemente la cabeza.
Aunque yo fuera el observador, el vigilante, no podía dejar de sentirme a la vez observado. Aunque tuviera en el asiento del copiloto mi arma, que me protegía, no me sentía del todo seguro. Cualquier ruido extraño me hacía sobresaltarme del asiento y aumentar mi ansiedad.
De repente llegó el momento que tanto tiempo había estado esperando, se me aceleró el pulso y se me sobresaltó el corazón. Un rápido escalofrío me recorrió la espalda y comencé a sudar. Había imaginado aquel instante en infinidad de ocasiones, pero me poseyeron los nervios y acabé improvisando.
Mi objetivo salía de la casa, y la oscuridad de la noche me facilitaría no llamar en exceso la atención de los posibles transeúntes que por allí hubiera. Cuanto más desapercibido se pase realizando estas labores, mejor. Aunque en verdad no me preocupaba que nadie me viera, pues había otras prioridades en mi cabeza. Mi mirada estaba clavada solo en ella, tenía que interceptarla, no se me podía escapar.
Cogí la pistola y salí corriendo del coche, sin pararme a pensar si dejaba abierta o cerrada la puerta, pues solo tendría un instante. Tenía que apresarla. Sabía que todo pasaría muy rápido, y los fuertes latidos me nublaban cualquier tipo de pensamiento coherente.
En ese instante de obnubilación no vi llegar a dos hombres que se me echaron encima y me inmovilizaron rápidamente. Pero a continuación escuché unas palabras que me hicieron entender que había fracasado.
– ¡Quieto, policía! Queda detenido por saltarse la orden de alejamiento.