VOLUTAS DE HUMO
Yolanda Fernández Benito | Sibila

Estaba demasiado débil para llegar hasta el coche. Había podido dar la alarma, pero estaba en el culo del mundo e intuía que esta vez los refuerzos no llegarían a tiempo. Con dificultad, se arrastró hasta el árbol más cercano, apoyó la espalda en el desnudo tronco y prendió su último cigarro. A través de las volutas de humo, admiró el color de su propia sangre tiñendo la inmaculada nieve.
No había que ser un experto cirujano para saber que aquello no pintaba bien. Por mucho que presionase la herida, la hemorragia no se detenía. Una sarcástica sonrisa afloró en sus labios, suavizando la mueca de dolor que desfiguraba su imperturbable rostro, al darse cuenta de que su tiempo se estaba acabando y aún no estaba disfrutando de la película de su excitante vida acompañada por coros celestiales, ni la había deslumbrado la famosa luz brillante al final del túnel.
Mientras se deleitaba con el humo del ensangrentado cigarrillo, consciente de que aquella mierda ya no la iba a matar, se imaginó a Espe, la única que la lloraría de verdad, relatando la noticia en su canal de sucesos. Podía verla embutida en su llamativo plumas rojo, un metro por delante de dónde en menos de una hora la encontrarían sin vida, con gesto severo, luchando por contener las lágrimas que inundaban sus verdes ojos, y engolada voz, grabando la crónica del suceso.
«Hace apenas unas horas, en este mismo escenario, ha sido hallado el cuerpo sin vida de Marga López, veterana detective privada, que ha pagado un elevado precio por desenmascarar a uno de los asesinos en serie más buscados del país. Lo que en principio parecía ser un simple caso de infidelidad, llevó a nuestra heroína hasta la cabaña que ven a mis espaldas, dónde el supuesto infiel mantenía retenidas y torturaba hasta la muerte a sus víctimas. Sin importarle el riesgo que corría, Marga luchó hasta el final logrando llevarse por delante al modélico funcionario de inmigración, casado, con dos hijos y un perro, del que sus sorprendidos vecinos dirán que siempre daba los buenos días y sujetaba la puerta. La policía ha logrado rescatar a cuatro mujeres con vida, aunque lamentablemente a Marga le ha correspondido el dudoso honor de ser la última víctima del Leñador».
Apenas sentía el frío y el dolor se iba atenuando, un vistazo al cadáver de aquel cerdo, que también se desangraba unos metros más allá, la ayudó a prepararse para lo que venía a continuación, intentando convencerse de que su muerte no iba a ser en balde. Pensó en su padre y en la cantinela que le repetía día sí día también: «Estudia para maestra, que de policía no llegarás muy lejos». Sonrió al pensar en que el viejo al final iba a tener razón.
Apurada por la falta de tiempo, dio una profunda calada a lo que quedaba del cigarrillo y al liberar el humo también exhaló su último aliento.