Whitechapel 1888
Angel Calva Bustamante | Angelico63

Mi nombre real no importa, pero podéis llamarme Jack.
Sí, ese Jack. Y hoy termino mi misión. No he tenido éxito, pero he disfrutado mucho.
Whitechapel es una cloaca hedionda, una maraña de corruptos que se revuelcan en sus vicios como puercos satisfechos, despreciados por quienes se consideran a sí mismos la flor y nata de la sociedad británica.
He intentado agitarlos, aterrorizarlos para provocar una revuelta, pero estos borregos alcoholizados y embrutecidos sólo saben balar asustados y esconderse bajo el ala de los poderosos; esos mismos poderosos que les desprecian y detestan porque mancillan su Londres imperial.
No ha sido fácil. Ser hijo de un cirujano ha ayudado, es cierto, pero el verdadero arte está en administrar el miedo, escalando el terror poco a poco, subiendo el listón con cada sacrificio.
Mary Ann fue el aperitivo. Un conjunto de cortes en su cuerpo, aparentemente impulsivos y caóticos, aunque en realidad meticulosamente planeados para parecerlo.
Con Annie di un paso más para aumentar el terror. Sus intestinos sirvieron de guirnaldas para decorar su cadáver y su útero acabó en el Támesis.
Liz y Kathy iban a ser el detonante final, una oferta de dos por uno que debería alborotar a la chusma lo suficiente para iniciar revueltas. No sirvió de nada. Quizás el que tuviese que dejar a Liz a medio terminar empañó un poco el efecto que buscaba; por eso tuve que esmerarme con Kathy y ampliar mi tarea, retirándole el riñón izquierdo y culminando mi obra con el ingenioso grafiti dedicado a los judíos.
Aun así, la masa seguía sin reaccionar. Siglos de subyugación a los poderes establecidos pesaban más que el miedo y la indignación que yo estaba contribuyendo a crear. Ni siquiera el grafiti sirvió para desatar un sangriento pogromo contra la raza de los deicidas. Necesitaba dar otra vuelta de tuerca.
Decidí entonces burlarme de los que pretendían cogerme, escupirles en la cara, reírme de su incompetencia y mostrar a la plebe lo terriblemente sola y desamparada que se hallaba porque, realmente, no le importaba a nadie.
La idea de la carta la tomé de la burda imitación que la Central News Agency hizo pública después de mi obra con Annie. Decidí usarla en mi propio beneficio para generar aún más confusión. Cogí algunos de sus detalles y los trasladé a mi trabajo con Kathy; su oreja cortada sembró más desconcierto.
Después, decidí escribir la mía propia.
Lo más difícil fue redactar la misiva como si un estúpido y demente criminal fuera el responsable de mis hazañas y no un culto profesor y abogado. Creo que lo logré con creces. También ayudó un poco el medio riñón de Kathy que acompañaba al texto.
El miedo subió de nivel, pero las masas siguieron aletargadas.
Si con mi última acción de hoy no logro lo que busco, dejaré de intentarlo. La chusma no se merece que pierda más mi tiempo. Este último episodio será espectacular.
Inolvidable.
Mítico.
Mary Jane me espera.
Después, todo será historia.