Recuerdo la última vez que salí a correr. Eran las cinco y media de la tarde cuando pasé demasiado cerca de la terraza de una bocatería. En una mesa había una pareja, los únicos clientes. Ella observaba en silencio como él devoraba un bocadillo, parecía hipnotizada por el sonido de su masticar. En la mesa también había miguitas, servilletas muy usadas, moscas copulando encima de sobrecitos de salsa reventados y dos vasos de tubo de lo que parecía ser agua del grifo muy templada, con un poquito de espuma.
No pude evitar bajar el ritmo de mi carrera hasta un trote absurdo para no perderme ni un detalle. Ella espantaba una mosca de su rosa y diminuta boca mientras contemplaba a su pareja devorar ese pedazo de bocadillo del que asomaban unas brillantes cintas rojas de lomo adobado por las que resbalaban hilos de queso derretido, gotas marrones y muchísima mayonesa. Solos y en silencio, a las cinco y media de la tarde, en una terraza desierta a pleno sol, mientras el resto del mundo seguíamos corriendo de un lado a otro, perdiendo el tiempo en estúpidos trabajos, con la cara pegada a las pantallas, naciendo y muriendo, produciendo montañas de basura, tan cerca como ése semáforo rodeado de motores encendidos y tan lejos de tener todo algún sentido.
Años después, estos recuerdos parten mi alma y se confunden con mis pesadillas, todavía me reprocho no haber sacado alguna fotografía, no haber hecho algo más, pero en esos momentos no piensas esas cosas, porque de repente sus ojos dejaron de mirar el bocadillo y se clavaron en los míos, se clavaron y no me soltaban buscando respuestas, inquiriendo: ¿QUÉ PASA? ¿QUÉ MIRAS?
Sorprendido, desvié mi mirada y me alejé de allí a toda velocidad sin mirar atrás, pero durante los 13 kilómetros que hice esa tarde no paré de preguntarme: “¿Qué acaba de pasar ahí? ¿Acaso soy un cobarde? ¿Cómo supo que yo le miraba? ¿He escuchado su voz en mi cabeza o lo he imaginado? ¿Cómo que qué miro? ¿Cómo qué pasa? ¡Eso digo yo, hostia! ¿No soy YO el que debe preguntar eso? ¿Qué haces tú? ¡TÚ! ¿Qué es lo que estaba pasando ahí? ¿Era una merienda? ¿Eso era? ¿Lomo adobado? ¿Y por qué tanta mayonesa? ¿Por qué no hablas con tu novia? Algo habrá que comentar, te está mirando. Pídele un aquarius o pide una sombrilla, una cerveza fría ¡Eso lo cambiaría todo! ¡Una cerveza lo cambiaría todo!”
No he podido volver a correr nunca más, ese día me retiré. Esa mirada y esa mancha de mayonesa en la mejilla tan cerca de esa boca, me persiguen cada vez que cierro los ojos. Me dicen que lo olvide pero sigo recorriendo las bocaterías de la ciudad, preguntando a toda esa gente, rezando por alguna pista mientras apuro un whisky y maldigo mi suerte y al lomo adobado. Nunca sabré qué sucedió realmente en esa terraza, aquella calurosa tarde de primavera y muchísima mayonesa.